CALENDARIO Y REFERENCIAS
CEC 273, 300, 314: la trascendencia de Dios
CEC 36-43: el conocimiento de Dios según la Iglesia
CEC 2544: preferir a Cristo antes que a todo y a todos
CEC 914-919, 93-932: seguir a Cristo en la vida consagrada
TEXTO BIBLICO
TIEMPO DURANTE EL AÑO - "C"
DOMINGO VIGESIMOTERCERO
¿Qué hombre puede hacerse una idea de lo que quiere el Señor?
Lectura del libro de la Sabiduría 9, 13-18
«¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios
o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?
Los pensamientos de los mortales son indecisos
y sus reflexiones, precarias,
porque un cuerpo corruptible pesa sobre el alma
y esta morada de arcilla oprime a la mente
con muchas preocupaciones.
Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra,
y lo que está a nuestro alcance lo descubrimos con esfuerzo;
pero ¿quién ha explorado lo que está en el cielo?
¿Y quién habría conocido tu voluntad
si Tú mismo no hubieras dado la Sabiduría
y enviado desde lo alto tu santo espíritu?
Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra,
así aprendieron los hombres lo que te agrada y,
por la Sabiduría, fueron salvados».
Palabra de Dios.
SALMO Sal 89, 3-6. 12-14. 17
R. ¡Tú has sido nuestro refugio, Señor!
Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,
con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos».
Porque mil años son ante tus ojos
como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.
Tú los arrebatas, y son como un sueño,
como la hierba que brota de mañana:
por la mañana brota y florece,
y por la tarde se seca y se marchita. R.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores. R.
Sácianos en seguida con tu amor,
y cantaremos felices toda nuestra vida.
Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.
Recibe a Onésimo, no ya como un esclavo,
sino como un hermano querido
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17
Querido hermano:
Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión.
Te lo envío como si fuera una parte de mi mismo ser. Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.
Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor.
Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo.
Palabra de Dios.
ALELUIA Sal 118, 135
Aleluia.
Que brille sobre mí la luz de tu rostro,
y enséñame tus preceptos.
Aleluia.
EVANGELIO
El que no renuncia a todo lo que posee
no puede ser mi discípulo
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y Él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Palabra del Señor.
PERMANECEMOS EN EL TEXTO
¿Quiénes iban con Jesús? ¿A quién se dirigió?
Según las mismas palabras de Jesús, ¿Cuáles son las condiciones para ser discípulo suyo?
¿Qué hace un hombre sensato antes de empezar a construir una obra, y un rey antes de enfrentarse con otro rey?
¿Y qué debe hacer cualquiera antes de hacerse discípulo de Jesús?
CLAVES DE LECTURA
Entre la gente que sigue a Jesús estamos también nosotros con nuestras maletas repletas de páginas leídas y vividas. Uno entre tanto, nuestro nombre se pierde. Pero cuando Él se vuelve y su palabra alcanza el dolor de los lazos que estrechan con fuerza los pedazos de nuestra vida, las preguntas se enredan en el valle de los ecos más antiguos y una sola humilde respuesta emerge de las ruinas de las construcciones incumplidas: Señor ¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna.
v. 25-26. Caminaba con Él mucha gente y volviéndose les dijo: “Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío”. Al Señor no le interesa tener en cuenta las personas que vienen a Él. Sus palabras son fuertes y liberan de toda ilusión. ¿Quién no sabe lo que significa odiar? Si yo odio una persona, no estoy lejos. Esta discriminación entre el Señor y los afectos familiares es la primera exigencia del apostolado. Para aprender de Cristo es necesario encontrar en Él el núcleo de todo amor e interés. El amor de quien sigue al Señor no es un amor de posesión, sino de libertad. Andar tras una persona sin la seguridad que puede dar un lazo de sangre como es el de los vínculos familiares y el lazo de la propia sangre o sea con la propia vida, equivale a hacerse discípulos, lugar de vida que nace de la Sabiduría divina.
v. 27 El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. El único lazo que ayuda a seguir a Jesús es el de la cruz. Este símbolo del amor que no se arredra, capaz de ser palabra incluso cuando el mundo pone todo a callar con la condena y la muerte, es la lección del Rabí nacido en la pequeña aldea de Judea.
v. 28. ¿Quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? Construir una torre exige un gasto no indiferente para el que tiene pocos recursos. El buen deseo de construirse a sí mismo no es suficiente para hacerlo, es necesario sentarse, calcular los gastos, buscar los medios para llevar adelante el trabajo. La vida del hombre queda incumplida e insatisfecha, porque a veces ¡tanto el proyecto de la construcción es maravilloso, cuanto más enorme son las deudas de la obra! Un proyecto sobre medida: no saber calcular lo que está en nuestra capacidad de cumplir, no es la sabiduría del que luego de haber arado espera la lluvia, sino es la inconciencia de quien espera la granazón y la siega de las semillas arrojadas entre piedras y rocas, sin fatigarse en preparar el terreno.
v. 29-30. No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: “Éste comenzó a edificar y no pudo terminar”. La burla de los otros que llega como granizo sobre los sentimientos de esperanza de quien quería llegar al final con solo sus fuerzas, es el precio a la propia arrogancia vestida de buena voluntad. Cuántas humillaciones lleva cada uno consigo, pero qué pocos frutos recogemos de estas experiencias de dolor. Poner los cimientos y no terminar la construcción, sirve de bien poco. Los deseos que se quiebran alguna vez son buenos tutores de nuestro ingenuo afirmarnos.... pero nosotros no lo comprenderemos hasta que intentamos cubrir el fracaso y la desilusión del despertar del mundo fabuloso de los sueños de la infancia. Jesús nos pide hacernos niños sí, pero un niño no pretenderá nunca construir ¡una torre “verdadera”! Se contentará con una pequeña torre sobre la arena del mar, porque conoce bien su capacidad.
vv. 31-32. O ¿qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil pueda salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Ninguna batalla se podrá jamás ganar sin embajadas de paz. Combatir por obtener la supremacía real sobre otro, es de por sí una batalla perdida. Porque el hombre no ha sido llamado a ser rey para el dominio, sino señor de paz. Y acercarse al otro mientras está todavía lejano es la señal más bella de la victoria, donde ninguno pierde ni gana, sino todos son siervos de la única soberana del mundo: la paz, la plenitud de los dones de Dios
v. 33. Pues de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Si se declinan los vicios capitales, se descubren las modalidades de tener de las que habla Jesús. Un hombre que modela su vida sobre el tener es un hombre vicioso: el que pretende tener poder sobre todo (soberbia), de gozar a todo placer (lujuria), de salir del límite como derecho que le pertenece (ira), de estar saturado de bienes (gula), de robar lo que es de los demás (envidia), de quererlo todo para sí (avaricia), de arrojarse en la apatía, sin empeñarse en hacer algo (pereza). El discípulo al contrario que viaja sobre los rieles de la virtud, vive de los dones del Espíritu: un hombre que posee el sentido de las cosas de Dios (sabiduría) y lo dona sin apropiárselo, que penetra el significado esencial de todo lo que es Vida (entendimiento), que escucha la voz del Espíritu (consejo) y se hace eco de todo discernimiento (consejo), que sabe dejarse proteger por el límite de su ser hombre (fortaleza) y no cede a las lisonjas de la trasgresión, que sabe conocer los secretos de la historia (ciencia) para construir horizontes de bien, que no se arroga el derecho de dar sentido, sino que acoge la fuente de lo divino (piedad), que bebe en los abismos del silencio, que da gracias por todas las maravillas de su Creador (temor de Dios) sin temer su pequeñez. Un discípulo así es otro Jesús.
Fuente: ocarm.org
RECURSO AUDIVISUAL
HACEMOS SILENCIO.... ¿QUÉ ESPERA EL SEÑOR DE NOSOTROS?
Los argentinos nos decimos occidentales y cristianos y, mayoritariamente católicos. Pero ¿Cuántos somos en verdad cristianos, verdaderos discípulos de Jesús?
¿Ayudamos a que nuestros confirmados, al pedir el sacramento de la Confirmación, puedan hacer una sincera opción por Cristo?
En la política, en el mundo del trabajo, en la educación, en los medios de comunicación, ¿Todo se subordina a Cristo?
¿Qué podemos hacer para que Cristo sea el Señor de todos?
LO QUE NOS ENSEÑA LA IGLESIA (PAPA, OBISPO Y PARROCO) (PENDIENTE DE ACTUALIZACIÓN)